Neymar, pantalones de putilla

«La selección no es un escaparate», contó Lúcio, capitán de la verdeamarelha en una reciente rueda de prensa. La pentacampeona pende de un hilo. No tan fino como el que sujetaba a los acólitos de Messi, pero igualmente tensionado. Los dos empates en las dos primeras jornadas de la Copa América (ante Venezuela, sin goles, e in extremis contra Paraguay) señalan, además del ya obvio e incuestionable momento trémulo que vive la ‘canarinha’, al ínclito y omnipresente Neymar, uno de los presuntos encargados de devolverle la gloria y la proyección mediática perdida con Ronaldo y subrayada por los lánguidos Kaká y Ronaldinho entre otros, dos estiletes de portada de videojuego.

A sus 19 años, Neymar, además de haber protagonizado varias peleas y encontronazos con compañeros y rivales, también ha demostrado al mundo que sabe pisar el balón, girar sobre sí mismo, darla de tacón y marcar goles en Brasil (esa empresa anteriormente defenestrada por la inmensa mayoría de analistas de fútbol mundial, hoy tuiteros de cuarta fila, mañana ojeadores de postín, seguro). Ha llevado al Santos a su tercera Libertadores (Robinho estuvo a un paso de conseguirlo en 2003, pero el Boca de Tévez, Cagna y Battaglia fue menos malo) y fue elegido mejor jugador del Sudamericano sub20 de Perú. Ese torneo del que el grueso de los entendidos desconocía su existencia hasta que apareció el malabarista.

Con Neymar ocurre, empero, algo asombroso que además tinta en negro un fenómeno adjunto a la explosión de las redes sociales conocido como YouTubismo: algo que aúna a ‘El Experto’ con ‘El Seguidor’, al anónimo con el que come de esto. La sabiduría global, el entendimiento gratuito. Es tan fácil opinar como mentir, y cuando explota uno de estos jugadores, la línea entre ambos extremos se difumina. Además me consta que hay hasta peleas, tensiones, entre anónimos. «¿Y tu qué sabrás?», dice uno. «No tienes ni puta idea», repone otro. Porque todos nos hemos hinchado a ver partidos de Neymar, en los descansos entre encontrar la cura para el SIDA o buscar alternativas energéticas.

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Regreso al futuro en 90 minutos

El partido decisivo, el «todo o nada», una final antes de tiempo. El encuentro de esta noche es la enésima final para una Argentina que no conquista un título de selecciones absolutas desde 1993. Enfrente, la Costa Rica del flaco Campbell, dispuesta a amargarle la vida a la anfitriona.

La Rumanía de Hagi en el ’94, Holanda en el ’98 y  Alemania en 2006 y 2010, sin olvidar la paternidad futbolística de Brasil sobre la albiceleste en lo que concierne a las últimas ediciones de la Copa América. Los verdugos son muchos, demasiados, y todos ellos de renombre. Sin embargo, el rival de hoy, el más débil de todos ellos, podría ser el que asestara el último golpe, el que acabara con la paciencia de un aficionado incapaz de soportar más decepciones.

El hincha argentino está demasiado acostumbrado a la épica, la mística, las corridas memorables, la pasión por la camiseta, el ídolo y el monoteísmo. Se busca eternamente un diez y la prensa ofrece imitaciones que despiertan el interés del comprador. Se apela a antiguos valores como la garra, la lucha, el amor por los colores o el trabajo, se señala a determinados jugadores y se les tacha de culpables de la derrota de turno, pero se olvida lo más importante: el fútbol.

Argentina no es perspicacia y entrega, ni tampoco un prefijo telefónico de tres cifras. Argentina es la gambeta y el potrero; la técnica de Aimar, la contundencia de Batistuta, el carácter de Passarella o la zurda de Kempes. No es un individuo, por muy endiosable que éste sea, sino un equipo de fútbol que siempre nos ha representado a todos los que amamos este deporte.

El aficionado sigue estancado en 1986, como si ese año hubiera supuesto el comienzo de una guerra civil interminable, sin querer mirar hacia adelante. El hincha exige un futuro pero el presente lo construye con imágenes del pasado; admira al individuo y le reza a una divinidad inventada y comercializada, ignorando lo pesadas que son esas cadenas vestidas de gloria y éxito.

Argentina ganará. Vencerá y conseguirá enterrar su pasado futbolístico. Lo hará hoy, mañana o dentro de una década. Pero triunfará Argentina, ganarán todos. No lo hará Agüero, ni Pastore, ni tampoco Tévez. No lo hará Messi.

Y, por supuesto, no lo hará Diego Armando Maradona.